El desierto y la sed: Presentación de la Revista Científica de Información y Comunicación Nº6

Fernando Contreras Medina (Universidad de Sevilla)
Antonio Méndez Rubio (Universitat de Valencia)
Víctor Silva Echeto (Universidad de Playa Ancha, Chile)

Hoy en día el concepto de cultura está considerado como el más

ambicioso, omnicomprensivo y decisivo término del que disponen las ciencias sociales en su tarea de explicar las transformaciones históricas en nuestra modernidad avanzada. Quizá por esta misma razón, es también el concepto considerado más críticamente polisemántico, diseminado, pero, al mismo tiempo, sugerente de todo el instrumental teórico desplegado en los debates sobre antropología, historia social, comunicación, tecnología, poder y vida cotidiana durante los últimos treinta años. En tiempos de globalización esta serie de debates se ha vuelto, si cabe, todavía más acuciante e influyente de cara a la posibilidad de gestionar de forma innovadora la producción social de conocimiento así como su gestión académica e institucional.

Paralelamente, quizá ahora más que nunca, las potencialidades de transformación y libertad social inherentes a la labor cultural como tal se vuelven, sin duda, cada día más urgentes en un entorno geopolítico y macroeconómico marcado por nuevas presiones estructurales que dificultan la comprensión, y el crecimiento, de una esfera pública en clave de diálogo fértil o, más llanamente, de vida en común.

Aunque se ha escrito mucho sobre el origen de los estudios culturales como perspectiva analítica y de investigación crítica, todavía es necesario aclarar la configuración académica y social de este espacio de conocimiento y de debate. En principio, el tipo de enfoque que despliega este paradigma de investigación social surgió en la práctica de la educación de adultos ya en los años cuarenta del pasado siglo, en Gran Bretaña, aunque su cristalización justamente como tendencia o paradigma es fruto de la fundación del Centre for Contemporary Cultural Studies (CCCS) de Birmingham, en 1964. El surgimiento de este centro de investigación era, a su vez, la consecuencia del impacto que venían teniendo una serie de estudios sobre cultura y sociedad que habían sido realizados por quienes serían considerados los principales representantes de los cultural studies: Richard Hoggart (The Uses of Literacy, 1957), Raymond Williams (Culture and Society, 1958), Edward P. Thompson (The Making of the English Working Class, 1963) o Stuart Hall (The Popular Arts, 1964, con Paddy Whannel).

En resumen, los estudios culturales existieron como disciplina por lo menos desde mediados de los años sesenta en Inglaterra. Alrededor de Richard Hoggart y Stuart Hall en Birmingham y de Raymond Williams, un solitario en Cambridge, un reducido núcleo de investigadores y aventureros, se planteó un conjunto de interrogantes que, en ese momento, no recibieron la atención de los críticos literarios de esa u otra parte del mundo. No obstante, como si de un acontecimiento se tratara, de un golpe, Raymond Williams, un teórico que los críticos de literatura mencionaban poco y nada, alcanzó la celebridad. Este cambio espectacular no puede explicarse sin tomar en cuenta el desafío que la crítica literaria estaba enfrentando en el marco de las transformaciones culturales, entre las que se podían mencionar, la irrupción de la cultura de masas y de la cultura popular, los cambios propiciados por las tecnologías de la comunicación y de la información, las mutaciones que se producían en el capitalismo tardío y las radicales críticas al estructuralismo y a la modernidad.

La agitación intelectual y política de la década de 1960, así como la exportación de esta perspectiva intelectual al contexto universitario estadounidense, y de ahí a una escala progresivamente transnacional y global, ha convertido los Estudios Culturales en un espacio de reflexión tan controvertido y multipolar como imprescindible a la hora de entender los (inter)cambios socioculturales que atraviesan el mundo actual. En esta dirección, la transformación de la dinámica económica internacional hacia lo que se viene llamando “sociedad en red” o “sociedad de la información” no está lejos de lo que también se ha denominado como “capitalismo cultural” o “semiotización del capital”. En otras palabras, la indagación en los procesos culturales se ha convertido en una exigencia tanto para quienes manejan intereses instrumentales o de poder, como para quienes trabajan por mantener espacios relativamente libres o de resistencia a dichas exigencias sistémicas globales.

Pero como etiquetar o definir no siempre es fácil, menos, aún, si se trata de hacerlo en el ámbito de la teoría, de los estudios y/o de las investigaciones, ese rótulo de “estudios culturales”, también, es (y ha sido) ampliamente discutido. Con él se intenta delimitar un conjunto de trabajos publicados por parte de algunos autores y algunas autoras provenientes de las Américas y de España, sobre algunos de los siguientes temas: cultura popular, hegemonía y poder, mediaciones comunicacionales, hibridación y mestizajes, cultura urbana y masificación. Mientras, algunos de estos investigadores, como son los casos de Néstor García Canclini y Jesús Martín Barbero, no tienen inconvenientes en colocarse al frente de esa posible corriente, otros –también citados como parte de ese posible “grupo”- como es el caso de Renato Ortiz (2004) no está tan convencido de que exista algo que pueda llamarse “estudios culturales latinoamericanos” y, menos aún, de que él forme parte de ellos. Ante las preguntas de una encuesta elaborada por la Universidad de Stanford, sobre Estudios Culturales

latinoamericanos, Ortiz (2004: 192), escribe: “Los estudios culturales no existen en el Brasil como una disciplina específica. Por cierto, el interés por lo que se produce, ya sea en Inglaterra, a través de la escuela de Birmingham, sea en los Estados Unidos, estudios literarios, posmodernidad, globalización, está presente entre nosotros. Pero los términos del debate son otros”. Las preguntas sobre la posible relación entre “estudios culturales” y “estudios literarios”, el destino de los “estudios culturales”, su “politización o no, no son para nada universales. Éstos siguen el ritmo de los cambios ocurridos en las universidades norteamericanas, pero difícilmente expresan la realidad brasileña y, agregaría, latinoamericana” (Ortiz, 2004: 192). Opinión similar expresa Beatriz Sarlo, para quien los estudios culturales son una invención de la academia estadounidense. Quien, además, es muy crítica con la apertura artística a las formas que adquiere la cultura popular y que los estudios culturales han colocado como una de sus principales reivindicaciones. En sus propias palabras, si los estudios culturales ignoran el valor estético diferencial de los textos “corren el riesgo de convertirse en una sociología de la cultura subalterna más inclinada a escuchar salsa o mirar televisión que a estudiar las instituciones educativas, el discurso político o los usos populares de la cultura letrada” (Sarlo, 1997: 41).

Así las cosas, los procesos de canonización y de jerarquización delimitan, en un momento determinado, a la población de teóricos que se van clasificando, a partir de “poblaciones preelaboradas”, según las generaciones, las escuelas, los movimientos, lo que implican los ámbitos de luchas y de enfrentamientos, no obviando –al respecto- los “criterios de autoridad” de los teóricos consagrados (Bourdieu, 1997). En definitiva, podría decirse que los “estudios culturales”, en el caso de las Américas y España, han ido ocupando un lugar y canonizándose a partir de una “población preelaborada” de teóricos (fundamentalmente Néstor García Canclini y Jesús Martín Barbero), quienes –luego- fueron conformando el movimiento, a partir de ciertos criterios de autoridad. Así, esa autoridad se fue legitimando, inicialmente, con las publicaciones y, posteriormente, con el ingreso a las universidades y la conformación de postgrados que fueron, en algunos casos cambiando sus nombres, en otros colocándoselos y pasando a denominarse maestrías o doctorados en “estudios culturales”. Al pasar el tiempo, proliferaron los balances que daban cuenta de una supuesta madurez del movimiento y la corriente y, obviamente, surgieron las críticas.

No hay que dejar de considerar que en la enorme cantidad de artículos, ensayos y libros publicados hay una variedad y diversidad, difícilmente homogeneizable. En la actualidad, se estiman en unos quinientos los libros sobre la temática. Diez o veinte veces más serían las revistas publicadas. Estos datos dan cuenta de un campo que se ha expandido exponencialmente. En él la variedad es justamente una de sus notas características. Por tanto, es tan abundante el material publicado a la fecha, que se puede hablar de algunas tradiciones de estudios culturales, pero

sería imposible para un equipo completo de investigadores, cubrir exhaustivamente el terreno implicado por las tradiciones comparativas de los estudios culturales en América Latina y los Estados Unidos (Yúdice, 1993). Hay, en definitiva, un amplio territorio desértico y mucha sed para intentar llegar a un oasis que sistematice esos saberes dispersos. Muchos cartógrafos pero un amplio territorio que no se deja mapear.

Desde la consciencia de este hecho irrevocable en nuestra modernidad tardía, la idea motriz del volumen EL DESIERTO Y LA SED (ESTUDIOS CULTURALES IBEROAMERICANOS) es la de abrir un lugar o, más humildemente, colaborar en la construcción de un espacio de encuentro y de discusión posible sobre cuestiones determinantes para entender nuestro presente colectivo.

En relación con la tradición anglosajona, hoy dominante en el terreno del culturalismo y las discusiones sobre cultura de masas y/o cultura popular, se trata aquí de proponer la iniciativa de un recorrido que, sin relegar la presencia de especialistas formados en o procedentes de diversas universidades del mundo anglosajón, sin embargo busque articular esos trabajos con otros procedentes del ámbito hispánico y del ámbito latino e hispanoamericano. Esta voluntad de contraste y de acercamiento se refleja, de una forma patente, en la participación de profesores e investigadores que representan a universidades de reconocido prestigio a nivel internacional. Visto así, el proyecto que presentamos bajo el título alegórico de “El desierto y la sed” podría convertirse en germen de referencia, si no en paso de avance sin precedentes en el entorno universitario iberoamericano. Al menos sus coordinadores hemos puesto todo el empeño y la paciencia en que así sea –y que lo sea así, en coherencia, de un modo tendencialmente descentralizado y comunicativo, esto es, bajo la forma de una constelación de argumentos y casos que cobra fuerza ya por su misma presencia como una especie de cielo variable, imprevisible incluso, pero del que no podíamos ni pretendíamos sustraernos.

La propuesta de fondo que da sentido a estos ESTUDIOS CULTURALES IBEROAMERICANOS es, en fin, la de articular un lugar de encuentro que contribuya a hacer del espacio cultural precisamente un espacio abierto y autorreflexivo, así como documentado y actualizado. De ahí que el libro no se plantee como una especie de tratado sobre la situación de los estudios culturales iberoamericanos sino, más bien, como un lugar viable desde el cual esas voces se escuchan buscarse, entrecruzarse, conectarse de formas no siempre unívocas o lineales. La primera opción habría convertido el campo en un territorio abordado como “objeto” del discurso. La segunda, en cambio, apuesta por la posibilidad de que dichas voces hablen, digámoslo así, en su condición de “sujeto”, desde las exigencias de sus propias agendas y sus propios contextos, que en última instancia no resultan tan distantes ni tan dispares como se diría si el enfoque no está atento a mirar y a oír, con cierta calma, las líneas de fuerza o corrientes de fondo que nos hacen forman parte de un mundo irremediablemente compartido.

Referencias bibliográficas

– BOURDIEU, Pierre (1997) Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Barcelona: Anagrama.

– ORTIZ, Renato (2004) Taquigrafiando lo social, Buenos Aires: Siglo XXI.

– SARLO, Beatriz (1997) “La crítica literaria en la encrucijada valorativa” en Revista de Crítica Cultural: n° 15: Santiago, Chile.

– YÚDICE, George (1993) «Tradiciones comparativas de estudios culturales: América Latina y los Estados Unidos», en Alteridades 3 (5).

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